Yo pisé la cancha del United Center de los Chicago Bulls

FacebookTwitter

Con todo lo que significa el documental The Last Dance, encontramos una particular historia del jugador de maxibásquet de Gimnasia, Federico Ferraresi. El ex jugador de Unión Vecinal y la UTN fue en 2001 a ver a Chicago Bulls y nos contó la siguiente historia.

¿Cómo fue la experiencia en ese momento de ir a ver a los Bulls?

Realmente me importaba muy poco qué equipo de Chicago estaba yendo a ver porque para mí conocer el United Center trascendía cualquier expectativa que hubiera podido llegar a tener. De chico mi vida pasaba por jugar en el Club, comprar las revistas en el kiosco de 7 y 70, mirar los domingos La Magia de la NBA y amar a Michael Jordan por sobre todas las cosas de este mundo -con excepción de la vieja, claro está-.

 

No necesitaba mucho más que eso para ser feliz. Había vivido con intensidad pueril los campeonatos de los Bulls del 96, 97 y 98; así que dentro de ese ecosistema, Michael Jordan era una especie de referencia ineludible para mí. Una figura icónica que llegaba para irrumpir con el binomio Celtics – Lakers y todo lo demás que el mundo ya conoce. Jordan fue un tipo que ganó todo pero que además cambió para siempre la forma de jugar al básquetbol.

 

Por eso para mí conocer ese estadio apenas un tiempo después, era algo alucinante. Me acuerdo que con mi viejo fuimos unos días antes del partido para conseguir las entradas, hacía un frío de aguanieve y solo quedaban asientos al lado de donde dios ve los partidos: lo más atrás y arriba que pudiera existir. Las sacamos igual.

El día del juego llegamos antes de que estuvieran abiertas las puertas. Éramos los únicos en un inmenso playón de estacionamiento. Esos Chicago Bulls del 2001 pagaban poco. Fueron uno de los primeros ensayos con los que Jerry Krause intentaba reconstruir a sus devaluados Bulls. Tenían a Elton Brand (primera selección del draft del 99), el aguerrido Ron Artest (Metta World Peace), Jamal Crawford y a un ignoto Marcus Fizer que terminaría jugando en la Liga Nacional. Por el lado de Toronto la cosa era un poco más seria, había jugadores legendarios como Antonio Davis, Mark Jackson, Charles Oakley y estaba el Súper Ratón Muggsy Bugues (1,6 m. de estatura). Todo marchaba de maravillas hasta que me enteré que no sería de la partida un tal Vince Carter. Fue un dolor semejante a la pérdida de un ser querido.

Hoy ya pasados 20 años de aquel día, entiendo que haber podido conocer el United Center con mi viejo fue una experiencia increíble (sobre todo por las cosas que se dieron después) y que voy a guardar para siempre como uno de mis mejores recuerdos.

¿Cómo viviste el juego?

Cuando abrieron las puertas del estadio recuerdo la sensación de  estar maravillado con que te dejaran circular por cualquier lado hasta una hora antes del comienzo del partido. Así que me fui hasta el pasillo por donde salían los jugadores y esperé a que alguno se acercara a firmarme la camiseta número 6 de Unión Vecinal, la que me había regalado el eterno Juani Gianella en el 98. Y pese a no tener fibrón y no conocer mucho el idioma, logré que finalmente me la firmaran Antonio Davis, Mark Jackson y el ignoto Marcus Fizer.

Como se acercaba el inicio del partido, nos mandaron a cada uno a su lugar. Estábamos ubicados allá arriba, allá lejos, allá donde se pueden ver los cables que sostienen el tablero hexagonal de los estadios de la NBA.

Me acuerdo de estar sentado y pensar “yo no me puedo quedar acá”. Y esa incomodidad poco a poco hizo que me empezara a levantar del asiento. Minutos antes del comienzo del partido le dije a mi viejo “ahora vengo” y no volví más.

Abrí una puerta que conducía a las escaleras de emergencia y bajé a la segunda bandeja del estadio. Aproveché que venía caminando una familia de cuatro personas y me sumé camuflado como un quinto integrante para que el guardia no me pidiera la entrada. Funcionó.

Ya estaba en un buen asiento. Ahora la dicotomía pasaba por disfrutar del juego desde esa posición o seguir intentando bajar. Luego de contemplar el partido por unos minutos decidí ir por más. Seguí bajando de la misma manera y utilicé la misma estrategia para colarme en una posición que había ya en planta baja detrás del aro.

Me acuerdo de sacar fotos para que mi viejo luego me creyera dónde había estado. En eso vi que se levantaban unos pibes de la primer fila y se iban. Así que me lancé a la aventura de ocupar esos asientos (los más caros de todo el estadio). Esperé el momento y cuando la chica de seguridad miró para otro lado, otra vez me mandé como si el asiento fuera mío. Los últimos minutos del partido los miré desde ahí. Del lugar más caro, de donde ven los partidos Jack Nicholson, Spike Lee y otras personalidades. Constaté que Muggsy Bugues era realmente un enano, incluso más bajo que el utilero del equipo. Para llegar a la NBA con un metro sesenta tenés que ser un fuera de serie total. Y el Super Ratón lo era.

¿Cómo fue que llegaste a estar ahí en la cancha?

El partido fue de trámite parejo pero terminó ganando Toronto por diez. Traté de ubicarme en el mejor lugar posible para cuando salieran los jugadores. Me pasó Elton Brand por al lado y me chocó los cinco. Luego de eso, le saqué una foto para que la viera mi viejo y me creyera. Lo que noté tiempo después en Argentina fue que atrás estaba Vince Carter firmando autógrafos y que hubiera podido llegar muy fácil a esa posición. Otra vez aparecía, ese dolor desgarrador.

Hoy atando los puntos, me doy cuenta que tal vez haber tenido el autógrafo de Vince Carter me hubiera impedido hacer lo que hice después: ingresar al campo de juego de los Chicago Bulls.

Todavía me acuerdo estar al borde de la cancha y sentir ese impulso casi instintivo como una epifanía. Miré la cancha y dije ¿Por qué no? Así que abalanzado por el deseo y la ilusión de un pibe de barrio, empecé a caminar con el centro de la cancha como destino. No me importaba la seguridad, ni el protocolo, ni nada. Ahí estaba ese toro gigante pintado sobre la pelota naranja llamándome como hipnotizado. Estaba pisando el parquet que había pisado Michael Jordan. Caminaba sobre la Historia. Y llegué. Y decidí que ese momento iba a ser solo para mí.

No saqué fotos, no filmé, no me interesó que mi viejo me creyera o no. Di una vuelta sobre mi propio eje contemplando la maravilla y sentí poco antes de completar la vuelta que me agarraban de los brazos y me levantaban en peso. Eran dos policías que con cara de incredulidad me decían de todo. Yo no entendía nada, estaba extasiado de felicidad.

En ese trayecto gracias a dios pude tomar una foto para que me creyeran la historia mis amigos del barrio.

FacebookTwitter