El pasado lunes, Rocío Ocáriz Arrieta, planillera de Unidos del Dique fue victima de una agresión de violencia machista que esboza la masculinidad tóxica que sigue palpable en la vida cotidiana a pesar el incontable número de reflexiones púbicas acerca de la igualdad en la sociedad. Con la intención de querer un cambio a mejor y no polemizar con los árbitros, Rocío escribe esta carta abierta.
Hola, mi nombre es Rocío Ocáriz Arrieta. Jugadora del Club Unidos del Dique y quiero contar lo que me pasó.
El lunes 1 de noviembre de 2021 se jugó el último partido del Torneo de la Asociación Platense de Basquet. En cancha de Unidos, nos visitó la primera categoría de básquet masculino del Club Estrella de Berisso a cargo de Nazareno Reche.
El partido fue muy peleado, punto a punto y cerca del final del último cuarto, con el tanteador empatado 69-69, los jugadores del equipo visitante desde el banco empezaron a cuestionar sobre un punto de Unidos.
El punto en cuestión aparecía en la planilla cuando yo le pregunté al planillero cómo iba el tanteador. Sin darme tiempo a explicar que el punto estaba escrito, el jugador de Estrella Lucas Bonino me insultó. Se acercó hasta la mesa, diciéndome “No es tan difícil apretar botoncitos” y luego, señalándose la cabeza “Pelotudita”, entre otras cosas con ademanes exaltados. Incluso llegó a tocar la mesa de control. Secundado, obviamente, por sus compañeros y cuerpo técnico que habiendo escuchado lo que me dijo y presenciado la situación también me insultaban.
Acto seguido, se pidió un minuto. Así que me acerqué hasta la mitad de cancha para hablar con los árbitros Marcelo Chediak y Franco Marcucci para exponer la situación. Pidiendo que el jugador Bonino sea retirado de la cancha.
La respuesta de los árbitros fue que al no haber sido tan evidente el maltrato, ellos no podían accionar. Porque “no podían condicionar el partido de esa forma” y que yo me tranquilice. Me puse a llorar. De la bronca, de la soledad. Terminó el cuarto, pero como no hubo desempate, se extendió hasta el suplementario. Y yo seguía ahí, sentada en mi lugar. Con la botonera enfrente, tratando de hacer lo mejor que podía cuando no podía dejar de llorar.
Tuve que escuchar a hombres que no habían vivido y nunca vivirán esas situaciones de violencia, invisibilizandome y explicándome que yo tenía que hacer oídos sordos, que sólo era un partido, que tenía que calmarme, que “todos me ven así y se cruzan preocupados”, “son sólo 10 minutos más, dale” como si el maltrato por poco tiempo no fuera maltrato.
Hay testigos de mis palabras, incluso personas sentadas en las tribunas tanto local como visitante que vieron cómo Bonino me increpaba.
El partido terminó con la victoria de Estrella de Berisso, con la salida sin ningún tipo de llamada de atención al jugador, ni al plantel visitante, ni siquiera al técnico. Sin dar importancia ni lugar a lo que yo había pasado. Los árbitros dijeron que no tenía sentido elevar una queja, que no se podía hacer nada. Como todas ya sabemos, que me la banque. Y yo pregunto ¿POR QUÉ? ¿Por qué tengo que bancarse el ser violentada cuando hago algo que me gusta? ¿Cuáles son las garantías que tenemos las oficiales de mesa para que las situaciones no pasen a mayores? ¿Por qué tengo que sentirme aislada y sola en mi club? ¿Por qué tengo que aguantar que se me maltrate en un deporte que practico desde que tengo 10 años?
Cuando vamos al curso de oficial de mesa, nos explican que los árbitros y la mesa de control somos un equipo de trabajo. ¿Por qué mi equipo no me ayudó entonces? Si un jugador insultase a un árbitro desde el banco, sentado, le cobrarían la falta técnica al banco ¿Eso no se aplica a un jugador que se acerca a increpar la mesa de control?
Como ya es de público conocimiento, éstas situaciones ya no se pueden tolerar. La Ley Micaela exige a los clubes e instituciones deportivas a nivel provincial a tomar cartas en el asunto y capacitar a sus integrantes en perspectiva de género. Creo que esta situación que me tocó vivir, debería servir para visibilizar el lugar que nos toca a las mujeres. Que sigue habiendo hombres que creen que pueden minimizar no sólo nuestro sentir sino también nuestro lugar en un partido. Creo, también que tiene que ser un momento para que los jugadores de Estrella se cuestionen sus palabras. Dichos como “Mirala, encima de que paró el partido, llora” en vez de pensar ¿Qué fue lo que me hizo llorar? ¿Por qué tengo de compañero a un violento? ¿Por qué avalo ese tipo de comportamiento?
Creo, realmente, que la situación tuvo que haber sido manejada diferente. Que algo se debería haber hecho en el momento para excluir a un jugador violento del partido.
Que nosotros como sociedad ya no podemos compartir los espacios con ese tipo de personas, que ya no nos vamos a quedar calladas. Y a quienes componen los equipos, les pregunto: ¿Ocultan violentos en sus vestuarios?
El presente es un tiempo de cambio. De cambio social y cultural. Y es fundamental, para que ese cambio suceda, que no toleremos estas situaciones. Sin más que decir, saluda atentamente

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